sábado, 10 de noviembre de 2012

Marco teórico

            Más que presentar distintas teorías sobre la cuestión, lo que vamos a llevar a cabo es un breve repaso transversal por algunas de las aportaciones que han hecho distintos autores/as y que pueden conectar de una forma más o menos directa con nuestra temática.

            El postporno, de la mano del pornoterrorismo, es una manifestación virtual-artística donde se recogen explícitamente elementos pornográficos, pero que no tienen una finalidad excitatoria-masturbatoria análoga a la de la pornografía convencional. Frente a esta última, cuyo fin es despertar el deseo sexual de los receptores, empleando para ello una artificiosidad generadora de plusvalía, el postporno bebe en gran medida de las teorías feminista y queer, de modo que, lo que se plantea con estas manifestaciones es una reivindicación, sobre todo, social y política en donde confluyen de manera trasversal cuestiones de género, sexo, orientación sexual e, incluso, de clase. En consonancia con esto, se invierte la lógica misma de la pornografía en tanto que producto de consumo cultural ya que en este fenómeno prima la excitación de los actores-emisores sobre la excitación de los propios receptores.

            Entre los prolegómenos de esta corriente más cercanos a la sociología destacamos especialmente dos: Michel Foucault y Gilles Deleuze.
   - Lo que Foucault recogió fue una condena a la consideración simplificadora y normativa de prácticas sexuales (legítimas), donde sólo se incluyen aquéllas que son reproductoras, tachando, por tanto, de desviadas a cualquier otras:“¿Acaso la puesta en discurso del sexo no está dirigida a la tarea de expulsar de la realidad las formas de sexualidad no sometidas a la economía estricta de la reproducción: decir no a las actividades infecundas, proscribir los placeres periféricos, reducir o excluir las prácticas que no tienen la generación como fin?” (Foucault, 2006: 37). Foucault fue, por decirlo así, quien tiró la primera piedra al régimen heteronormativo poniendo al descubierto que la heterosexualidad no es más que una construcción histórica y cultural concreta, la cual conlleva, a su vez, una fortísima sujeción política y un control económico, tanto sobre la mujer como sobre las orientaciones e identidades sexuales “periféricas”.
   - Deleuze (1992), por su parte, lo que hace en su influyente artículo indirectamente es incitar al empleo de nuevas armas con las que hacer frente a las nuevas sociedades de control, sociedades diferentes de las sociedades disciplinarias descritas en la obra foucaultiana. En cierto sentido, el postporno y el pornoterrorismo se definen como eso, nuevas armas farmacopornopolíticas.

Dicho esto, para ver con mayor claridad qué lugar ocupa el postporno en nuestras sociedades, la obra de Beatriz Preciado (2008) constituye, a nuestro parecer, la mejor teorización. Según esta autora, el mundo de la pornografía (al igual que el mundo de la guerra, el de la prostitución o el de la droga) es el mejor contexto a partir del cual comprender el modelo capitalista postfordista hegemónico. En cierto sentido, todos ellos constituyen el reverso de la moneda, la parte underground de un sistema cuya cara la constituye el tradicional mundo del trabajo, un mundo, por cierto, cada vez más pornificado (las condiciones laborales cada vez más se desplazan hacia las que tradicionalmente han tenido y siguen teniendo las prostitutas, los actores porno, etc.).
Dicho esto, esta autora realiza una inquietante estratificación social muy distinta de las tradicionales, basadas en la clase, el estatus,… Frente a las autoras feministas, defensoras de la existencia de una sociedad escindida en función del género, lo que Preciado defiende es que la sociedad se constituye en dos grandes “clases”: aquellos que son cuerpos potencialmente penetrables (que ocuparían la posición subordinada), y aquéllos que son penetradores universales. La escisión entre uno y otro grupo no es una cuestión de género, ni siquiera es una cuestión biológica ya que tanto hombres como mujeres pueden ser igualmente penetradores que penetrables. Así, según Preciado, y como crítica a los movimientos feministas tradicionales, las mujeres occidentales blancas de clase media no ocuparían actualmente la posición de penetrables, sino que esta posición queda reservada para, por ejemplo, los migrantes ilegales, independientemente de su sexo u orientación; para los transexuales; para las prostitutas y chaperos,... Éstos y otros son los que ocupan la posición de “anos universales” de un sistema que demanda plusvalía en forma de economía sexual. Tradicionalmente es cierto que han sido las mujeres las encargadas de mantener la polla erecta del mundo, dice Preciado, pero eso no necesariamente tiene por qué seguir siendo así.
El dominante, por tanto, no es otro que quien posee el falo, el que penetra, y eso se refleja claramente en la pornografía tradicional, una pornografía destinada tradicionalmente a hombres heterosexuales, que eran quienes han ocupado a lo largo de la historia esa posición dominante. Ahora cada vez más, el contenido se diversifica en forma de porno gay, porno lésbico, porno trans,… no obstante, un porno que siempre está dirigido al potencialmente penetrador, nunca al penetrable, de modo que todas aquellos elementos y sujetos que no encajen en los moldes de su atracción quedan relegados, cosa que trata de poner de manifiesto el postporno.

"Mi sexualidad es una creación artística":



En este contexto general descrito por Beatriz Preciado, ¿qué lugar ocuparía entonces el postporno? Tanto el postporno, como el pornoterrorismo que coloca dicha teoría en acciones en vivo y en directo, son una encarnación en la práctica de estas conceptualizaciones: un intento de cambio de las normas, reinventando la resignación, a través de performances, acciones callejeras y escritos que alteran la percepción de la pornografía y el terror, como producción de incomodidad frente al régimen farmacopornográfico. Se considera que éste reprime la capacidad de expresión, y se utilizan armas como el lenguaje obsceno que transgrede la norma mediante una lectura y crítica de los parámetros del DMS-IV, donde se realizan comportamientos considerados como desorden medicalizable, pero que origina la posibilidad de cambio radical a través de pequeñas acciones enmarcadas bajo la teoría del caos (Torres, 2011).

Volviendo a la conceptualización construida por Preciado, las acciones postpornográficas y pornoterroristas cumplen la misión de dejar al descubierto la artificiosidad del entramado de las relaciones de poder fruto de una experiencia histórico-cultural en concreto, comenzando por dejar al descubierto el propio carácter performativo de la pornografía en sí misma. Así, si observamos cualquier manifestación postpornográfica nos damos cuenta de que toda ella está llena de elementos parafílicos que nos hacen tener presente en todo momento la artificiosidad (en tanto que construcción cultural) de la pornografía, y también de las relaciones entre géneros, orientaciones, identidades sexuales, etc. La postpornografía, al contrario que el porno tradicional, deja explícito en todo momento su carácter articial-performativo.

Ya para finalizar, y enlazando con la demanda del postporno de emplear libremente cualquier elemento sexual como forma de emancipación sexual, Itziar Ziga (2011) hace hincapié en extender esa misma demanda al uso que del propio cuerpo se quiera hacer, incluida su comercialización, y es que como defiende esta autora el sexo es placer y toda mujer tiene el derecho de decidir cómo utilizar su cuerpo, empleándolo cuando quiera y como quiera. Beatriz Espejo, en su Manifiesto Puta lo que defiende es que: “es más sano cobrar por sexo al patriarcado que regalar tu cuerpo y que encima te consideren puta. Nosotras somos putas, nos gusta y nos da la gana ser putas, y no aceptamos el estigma ni las persecuciones de género” (en Hasta La Limusina Siempre: http://hastalalimusinasiempre.blogspot.com.es/).

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